En el Antiguo Régimen, el embarazo de la Reina podía llegar a constituir una auténtica necesidad nacional, a fin de perpetuar la Monarquía. Era costumbre realizar rogativas para el feliz desenlace del parto y fiestas y celebraciones con motivo del nacimiento real.
Las rogativas por el nacimiento de príncipes y por la salud del rey son bastante numerosas en la Edad Moderna, especialmente en el siglo XVIII. Un ejemplo de estas rogativas, hace 250 años, en el reinado de Carlos III, lo observamos en el cabildo de 24 de junio de 1771, cuando “… se leió e hizo presente la Rl. Orden de Su Magestad en que previene y manda ser de su real agrado se hagan rogativas públicas y secretas para que la Divina omnipotencia dé un feliz alumbramiento al Preñado en que se halla la Sra. Prinzesa, su mui cara, y mui amada Nuera, y sobrina. Y enterado este Ayuntamiento, de común sentir, acordó que desde luego se prozeda a hazer rogativas por tiempo de tres días, sacándose a Nra. Sra. de la Asumpción Patrona de esta villa a cuio fin, y que se dé principio en el día de mañana, se pase por los comisarios el debido recado al Cura Parrocho”.
Se trata de la princesa María Luisa de Parma (Parma, 1751-Roma, 1819), reina consorte de España como esposa de Carlos IV, de quien era prima carnal por el lado paterno y nieta de Luis XV de Francia.
A los 12 años fue comprometida y a los 13, en 1765, contrajo matrimonio. Tuvieron catorce hijos en trece embarazos (aparte de estos, la reina tuvo 10 embarazos más que acabaron todos en abortos espontáneos, lo cual suma un total de 23 embarazos). De ellos, siete llegaron a la edad adulta
El 19 de septiembre de 1771 dio a luz a su primer hijo, el infante Carlos Clemente, que falleció el 7 de marzo de 1774. Tantos embarazos y partos le ocasionaron a la reina un ostensible deterioro físico, que Goya puso de manifiesto en el cuadro “La familia de Carlos IV”.