El paisaje resulta monótono en su belleza, en ningún punto desigual, siempre poblado de verde o de amarillo o de rojo. Tal vez, una casa de labranza a lo lejos sirve para romper mínimamente el orden natural de las cosas, para introducir la variedad en un terreno que resulta principalmente verde por culpa de la cubierta de vegetación. Vemos que el campo se extiende en su mayor parte cubierto por árboles, por hierba, por arbustos, aunque los trozos de verde resulten muy variopintos, desiguales, con las hojas de la carrasca en el extremo más oscuro del espectro del verde y las hojas del almendro en el extremo de mayor claridad. Esto es, al menos, la impresión que nos produce echar un vistazo a la colección de fotografías antiguas, de la década de 1920, que se hicieron sobre el pueblo de Sax y sobre su entorno. En estas viejas fotos, el campo sin autovías parece un tanto dormido, como extasiado, repleto de un silencio solamente interrumpido de vez en cuando por el estruendo del trueno o por el viento muy fuerte, a rachas, que hace que choquen entre sí las ramas de los árboles; y sucede también que, en estas imágenes, no hay que buscar afanosamente el apartado rincón verde y libre de cargas urbanas –de naves industriales, de gasolineras, de chalés–, o de poderosas infraestructuras viales –puentes, túneles, vías férreas–, pues todo el panorama es rural y aparece completamente uniforme.
La impresión que nos pueden producir estas fotos del campo en blanco y negro, aunque coloreadas por la imaginación, puede ser la de un paisaje tal vez demasiado simple, demasiado tranquilo y un tanto soso, a excepción de los días de tormenta o de vendaval; pero cuánta vida a la vista y cuánta vida también oculta a los ojos del fotógrafo, pues lo cierto es que la corriente vital pasa todavía más fuerte por debajo y por detrás de las superficies que quedan a la vista. Y si comparamos, es como si, hoy en día, sobre nuestro término municipal, la superficie netamente campestre hubiera encogido de manera peligrosa, con el peligro que suponen todos estos cambios tan drásticos y tan fuera, en apariencia, de control por parte de las autoridades. El peligro reside en que las hectáreas de cultivo y de naturaleza silvestre se reducen a un ritmo alto, sin que nadie sea capaz de poner un límite razonable al urbanismo en continua expansión.