La noticia publicada en el periódico La Vanguardia, dice así: “Boris Johnson ha hecho una apuesta muy arriesgada y se juega su futuro político –y lo más importante, las vidas de muchos residentes en Gran Bretaña– con la decisión de no tomar por el momento medidas drásticas contra la pandemia”.
Ello, inevitablemente lleva a pensar, ¿de qué sirve ser cuidadosos para retrasar el pico de la pandemia, si en el presente, así como en el futuro y una vez ya estabilizado el número de casos en nuestro país, vienen personas infectadas procedentes de países en los que no se adoptan medidas, o bien no se halla efectivamente controlada la pandemia, y que por lo tanto contribuyen a colapsar aún más el sistema sanitario?
Hay algo claro. Y es que los españoles debemos ser responsables y comprometernos con nosotros mismos, así como con el resto del mundo, en especial con aquellas personas a los que la enfermedad es más dañina y letal, así como a todas las personas que sin capa actúan como héroes. Hablo de todas aquellas personas que continúan trabajando arduamente, ya sea, cuidando y atendiendo a enfermos, así como a todas aquellas que abastecen de todo el material y comida necesarios en medio de la actual crisis.
No obstante, los españoles, y más estas personas a las que se les debe y deberá tantísimo, deben preguntarse, y hacer saber al Gobierno si se está dispuesto a asumir el coste personal y socio-económico del curso de acción seguido, al tiempo que no se garantiza que el sufrimiento que a día de hoy y en las próximas semanas se deberá hacer frente, sea no ya únicamente en vano, sino causado por ese mismo curso de acción que se torne contraproducente al no completarse adecuadamente.
Dada la nueva información llegada del Reino Unido, así como por extensión del resto de países que tanto formalmente, como de facto, no adoptaran las medidas oportunas, cualquier solución parece acarrear propia y de manera compartida a las otras, tanto inconvenientes no menores, puntos positivos, como sinsentidos. En este contexto no resultaría incoherente caer en la tentación de cambiar de criterio en referencia a las medidas adoptadas, entre las que se encuentra el cierre de establecimientos, así como de forma más notoria, el decreto de estado de alarma.
Reflexionar sobre el devenir de los acontecimientos bajo nuestra moral, así como sobre la estrategia a seguir, nos hace afirmar inequívocamente que lo que debemos hacer, de acuerdo a nuestros principios y valores, es hacer propio y sagrado el ya famoso “me quedo en casa”, para así cuidar a toda la sociedad haciendo algo tan sencillo, a la par que heroico en estos momentos, cuidar de nosotros mismos. Lo realmente importante y prioritario es salvar vidas. No hay duda de ello. Ninguna.
Bajo esta premisa indiscutible, un buen gobernante no puede “verlas pasar”, sino que debe anticiparse a los acontecimientos mediante el planteamiento de distintos escenarios que integre en su planteamiento, tanto hechos consumados, como hechos cuya ocurrencia, de acuerdo a la información disponible, sea probable en el futuro, para así decidir el curso de acción más idóneo.
En la situación actual, haciendo un ejercicio frío y fiel a la verdad, estos escenarios podrían denominarse, en primer lugar, “millones de contagios, y cientos de miles de muertes”. El mismo implicaría, al estilo del gobierno británico, priorizar la economía por encima de las vidas humanas, de modo que se continuara todo tipo de actividades socio-culturales y económicas con la normalidad que en cada caso permitieran las circunstancias. Ello podría significar en el plano económico, y con respecto a cursos de acción en los que previeran medidas más restrictivas, una desaceleración menor, la cual si bien sería cierta, esta sería probablemente cortoplacista, dado que en términos de medio-largo plazo, las repercusiones sociales y económicas; mutuamente determinantes unas de otras, que pudiera llevar aparejada las consecuencias del referido escenario, son imprevisibles.
En segundo lugar, y no por ello menos importante, al contrario, el coste humano que conllevaría este primer escenario sería, sin lugar a ningún género de dudas, un sinfín de aspectos negativos tales como: un número descontrolado de contagios, un mayor número de muertes, así como un incalculable sufrimiento humano.
Por el contrario, esta tesis sobre la que se fundamenta el gobierno de Boris Johnson, con motivo de la ausencia de asunción de medidas urgentes, afirma que, se derivarían algunos aspectos positivos, entre los que destaca un mayor número de personas que se inmunizan a la enfermedad y pueden volver a hacer vida normal.
Por otro lado, y a la espera de un tratamiento efectivo, así como con motivo de frenar la curva de infectados se encontraría el segundo escenario, el escenario correcto y responsable. El que a todas luces, todos los gobiernos y ciudadanos deberían seguir en un curso de acción responsable y conjunta. Concretamente se trataría de, durante al menos tres semanas, minimizar o incluso paralizar nuestra actividad laboral, así como abolir de forma absoluta nuestra socialización común; en contraposición a la digital, lo que implica un confinamiento total, y salvo excepciones muy concretas, en casa.
El problema, y es aquí donde es necesario incidir, es que el escenario “B”; el correcto y responsable, necesita, como se ha dicho de una acción conjunta y seria de todos los gobiernos, y más aún, de cada uno de los individuos de las sociedades sobre las que actúan; en un ejercicio de responsabilidad personal y colectiva, a fin de garantizar que el virus, no sea trasladado de un lugar a otro, incluyendo lugares en los que se haya frenado el número de contagios y muertes.
Sin esa acción conjunta, el escenario “B”, si bien correcto en el plano moral, se vuelve catastrófico en el plano social y económico; el de “los millones de contagios y millones de muertes” en estos últimos lugares. Tal sería el caso de nuestro país, dado que al tiempo que la población no se hubiera visto inmunizada por no haber desarrollado los anticuerpos contra el virus, el número total de personas aumentaría masivamente debido a actividades como el turismo, o la propia inmigración, trayendo también consigo gente infectada por el Coronavirus, la cual infectaría a más y más gente.
Todo ello, y en primer lugar, tras el sufrimiento que ya a día de hoy y que se prolongará en las próximas semanas, estamos padeciendo los españoles, y que de darse tal situación, no sería únicamente en vano como se refería anteriormente, sino que habría sido consecuencia de un curso de acción necesario y ético que, por no completarse de forma adecuada con medidas de restricción de entrada al país, resultaran contraproducentes para nuestro bienestar y prosperidad.
Todo ello, sin que por otra parte, el sistema sanitario en su conjunto se vea incrementado, o bien este resulte insuficiente. Y ante tal escenario, provocado por no completarlo con medidas restrictivas de entrada al país; se hace necesario repetirlo una vez más, nunca será suficiente. El problema estriba en que no es posible, más allá de ideologías utópicas, un sistema sanitario que pueda soportar tal carga de enfermos. No estaremos preparados si llega este segundo escenario, ni ningún país con recursos ilimitados lo estaría, ya que, es imposible atender a millones de personas enfermas. Esto último no es algo político ni una conjetura, ni siquiera es un principio, sino que se trata de una conclusión, un resultado lógico que no entiende de colores, ideologías ni intereses partidarios, y que a día de hoy se visualiza como hecho y evidencia verídica al verlo en menor, aunque sufrible escala, ante miles de enfermos.
Y es que si los gobernantes no toman las decisiones adecuadas con respecto a la actual crisis global, y hasta que esta se acabe, llegando a darse tal escenario, se producirá un colapso de tales dimensiones en nuestro sistema sanitario y económico, en el que las decisiones no tendrán nada que ver con lo político, sino que se tratarán de qué enfermo es atendido y cual no, y por lo tanto quién merece luchar por su vida y quién no. Cuestión que ruinmente, y por negligencia política por no tomar las decisiones adecuadas a tiempo, trasladarán, de hecho, los gobernantes a las personas que siempre y más a día de hoy nos cuidan y sanan.
Por ello, es tiempo para buenos gobernantes. ¿Y qué significa, o al menos debería significar gobernar, en contraposición a únicamente desplegar el poder ejecutivo mediante sus distintas acciones? Significa armarse de valor y tesón, alzarse por encima de ideologías y lobbies de la cuerda ideológica de cada cual, para así valorar a la luz de la razón, los distintos escenarios planteados mediante la información disponible, y con todo ello tomar las mejores decisiones entre las múltiples que consigan un resultado eficaz y cierto, garantizando para ello el destino de recursos necesario, así como las acciones que y contra quien fueran menester, con el único objeto de procurar el bienestar y la prosperidad de la gente que representan, que no es ni más ni menos que la gente por la que deben velar, la gente que deposita su confianza en ellos. La gente que está sufriendo para el día de mañana tener un futuro lleno de vida.