¡Feliz Pascua de Resurrección a todos! Mi primera palabra no puede ser sino de felicitación por la celebración de la victoria de Cristo sobre la muerte. Soy consciente de que son muchos quienes carecen de la fe necesaria para comprender el sentido pleno de estas palabras, pero, aun así, los cristianos queremos compartir nuestra alegría con todos aquellos con los que convivimos. Oramos por todos, creyentes y no creyentes, cercanos y lejanos; y no dejamos de presentar a Cristo resucitado como la esperanza definitiva en medio de esta profunda crisis en la que estamos inmersos.

El título de este artículo (“Paz a vosotros”) no es otro que el saludo que el Resucitado dirigió a cuantos se encontraron con él, tal y como es narrado en los Evangelios: “Jesús se puso en medio de ellos y les dijo: ¡Paz a vosotros!” (Lc 24, 36). Una buena oportunidad para que hagamos una seria reflexión sobre los tambores de guerra que están sonando en Europa, así como sobre la emergencia de hambruna declarada en la guerra de Gaza.

A comienzos del mes de marzo, el Papa Francisco invitaba, en una entrevista realizada a un medio de comunicación, a levantar la bandera blanca en la guerra de Ucrania. Sus palabras fueron muy criticadas en Ucrania, por entender que les estaba conminando a la rendición. Sin embargo, esa expresión fue inmediatamente aclarada por un comunicado de la Secretaría de Estado del Vaticano: la imagen de la bandera blanca no pretendía referirse a la rendición, sino al convencimiento de que es necesario sentarse a negociar la paz.

La inmensa mayoría de la opinión pública mundial -incluyendo la Iglesia Católica- condenó la invasión de Ucrania, como una acción injustificable. Y, partiendo de este juicio moral, los estados europeos entendieron que no existía otra respuesta posible que la de ayudar a Ucrania en su resistencia armada. Ahora, pasados ya más de dos años del inicio de la guerra, destacados dirigentes de Europa comienzan a afirmar que la victoria no es posible en el escenario actual, y que es necesario concienciarse de la necesidad de afrontar una guerra en una escala mayor, implicando abiertamente a los estados europeos. Los tambores de guerra total están sonando en nuestros oídos desde hace semanas, sin que nadie se atreva a decir lo que es obvio: es imposible una victoria militar frente a una Rusia con un imponente arsenal nuclear; y, en consecuencia, es necesario buscar una paz negociada. Es posible que la imagen de la ‘bandera blanca’ no fuese acertada desde el punto de vista comunicativo, pero el contenido del discernimiento vaticano es prudente, justo y audaz.

De hecho, cuando el Catecismo de la Iglesia Católica habla de las condiciones para hacer aceptable que un estado declare una guerra (nº 2309), afirma que no basta con que la causa sea justa, sino que es necesario que se den “condiciones serias de éxito”. Es decir, ¿qué sentido tiene prolongar una guerra que está generando la muerte de decenas de miles de personas inocentes, cuando no existen posibilidades reales de éxito? ¿Estamos seguros de que la implicación directa de la OTAN en la guerra garantizaría una victoria? ¿Es esperable que Putin asumiese una derrota sin recurrir a su arsenal nuclear? ¿Hemos pensado en la posibilidad de que a algunos les interese que esta guerra se siga prolongando como método para desgastar a su enemigo, sin verdadera voluntad de liberar a Ucrania?

Por otra parte, tampoco debemos ahorrarnos la autocrítica, ya que resulta especialmente decepcionante que la inmensa mayoría de los ciudadanos de los dos países contendientes sean cristianos y formen parte de la misma religión ortodoxa. Es algo que debe cuestionarnos, ya que deja de manifiesto que la evangelización de las culturas cristianas dista mucho de ser profunda. Llegado el momento del conflicto, los sentimientos nacionalistas parecen tener más peso que el discernimiento evangélico, como ha quedado patente en los pronunciamientos y en los silencios de no pocas de las iglesias nacionales ortodoxas.

Nuestro mensaje de paz se dirige también a Tierra Santa, donde continúa la guerra en Gaza. La Iglesia Católica ha denunciado con contundencia, tanto el cruel ataque del terrorismo islámico, como la respuesta desproporcionada del Estado de Israel, que ha acabado con la vida de decenas de miles de mujeres y niños, además de estar provocando una emergencia de hambruna sin precedentes. Mientras algunos acusan por ello de equidistancia a la Iglesia Católica, nosotros nos limitamos a recordar un principio ‘sagrado’ de la ética: ¡el fin no justifica los medios!

El año próximo se celebrará el 80 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial y, desde entonces, pocos escenarios hemos vivido como el actual, con un riesgo tan elevado de enfrentamiento internacional. Los cristianos estamos llamados a contrarrestar el sonido de los tambores de guerra, tanto con una lectura crítica de esta deriva bélica, como con la difusión propositiva del mensaje evangélico de la paz. Por ello, hacemos resonar de forma especial en esta Pascua el saludo de Cristo resucitado: ¡Paz a vosotros! Shalom, سلام, мир, PAX.

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