Las casicas de campo –cuatro tabiques y un techo– servían entonces con prontitud y eficacia para proteger del aguacero el tiempo que fuese preciso, hasta que el rayo de sol se atreviera otra vez a salir por entre las nubes rotas que finalizan la tormenta. Eran años en los que la lluvia, el sol, el fuerte vendaval y las bajas temperaturas del invierno acudían con bastante puntualidad a la cita y llenaban con su sola presencia el enorme espacio campestre. Solamente estos enclaves del término municipal, pocos y muy separados entre sí: las casicas, las barracas, las cuevas, servían entonces como parapeto frente a las inclemencias meteorológicas, para guardar las herramientas y también para echar la siesta un rato en verano, o durante los calurosos días de la vendimia. Poseer una casica o una barraca en la zona rural era un tesoro pues la mayor parte de los agricultores solo disponía de la parcela de tierra, del viñedo o del olivar; y, durante la jornada de trabajo al aire libre, no podía recurrir a ningún tipo de protección. Nuestros antepasados podían vivir, incluso, de manera permanente dentro de uno de estos edificios tan simples, tan rudimentarios, en el caso de que no tuvieran una casa mayor o más cómoda. Era como si al agricultor de aquellos años lo hubieran dejado caer allí, en medio de la agreste naturaleza, en medio del olivar o del viñedo, y solo se pudiera acoger al amparo que le podía proporcionar la barraca en el caso de que se presentara un imprevisto.
En aquella etapa de bienes materiales más bien escasos y elementales, el campo ocupaba una extensión enorme, casi infinita, y la vida social se limitaba al interior del casco urbano de Sax, por entonces más bien pobre, tímido, circunspecto y de reducidas dimensiones en comparación con el de ahora. Y era una vida tan simple en el aspecto material, que la contaminación no podía extenderse mucho más allá de las tapias de los huertos, de las callejuelas por donde se posaba el humo de la chimenea de leña o sobre las que se arrojaba el agua sucia de después de fregar el piso. Aquello constituía una comunidad poco desarrollada en comparación pues el casco urbano ha crecido muchísimo, y todavía sigue creciendo, ya ha ocupado la zona de la huerta y la de los huertos y amenaza con extenderse por todo el término municipal; hemos llegado a un punto en el que se puede decir que las casas de campo y los chalés más lujosos se asoman de forma casi continua a las cunetas, que tienden a formar hileras a uno y otro lado de los principales caminos.
Por entonces, en la antigua vida en Sax, algunas casicas de campo y algunas barracas disponían también de hogar y de chimenea, y algunos agricultores podían cocinar a la lumbre las patatas, los boniatos, la carne, por ejemplo la carne de caza, que resultaba tan abundante por todo nuestro término, y hasta podían preparar unos gazpachos. Solo tenían que poner los lazos en el lugar adecuado, sobre el paso o el carril que los conejos silvestres por la noche solían utilizar.