Otro de los entretenimientos corrientes de nuestros vecinos era asistir a los eventos deportivos que se celebraban en nuestro pueblo o en los pueblos de los alrededores. En Sax no se hacía tanto deporte como ahora, ni de forma tan general –apenas se veían por los alrededores del casco urbano corredores, ciclistas, andarines–; pero sí había mucha afición por ver el fútbol y el ciclismo, por participar como espectadores entusiastas. Y no solo participábamos como espectadores sino que el tema del deporte local también salía a relucir a menudo en las tertulias, en las que tomábamos partido por uno o por otro ciclista nacido y crecido en el pueblo; se comparaba a los ciclistas que iban surgiendo con el mítico Joaquín Barceló, y todos salían perdiendo, claro, pues, en el ámbito del ciclismo, Joaquín Barceló ha sido el deportista local más querido por sus vecinos y también el mejor valorado. Y en cuanto al equipo de fútbol de Sax, recuerdo que, en lo que era la defensa, destacaba sobre todo nuestro paisano Braulio, y en la delantera, llamaba la atención un forastero al que apodábamos el Melillano. Braulio era un jugador fuerte, rocoso, prácticamente infranqueable cuando nos atacaba el equipo rival, un jugador inasequible al desaliento y que lo daba todo sobre un terreno de juego que por entonces era de tierra; mientras que el tal Melillano, un apodo que le venía seguramente por ser original de la ciudad de Melilla, era, por el contrario, un extremo muy delgado, introvertido en apariencia, pero que disponía de una gran calidad técnica, mostraba tanta calidad en el toque de la pelota, que compensaba su falta de fortaleza física con sus capacidades como pelotero, con sus regates y con sus carreras por la banda con el balón pegado a los pies; era un jugador que, como es fácil de predecir, nos duró poco tiempo en el pueblo, me parece que estuvo con nosotros una sola temporada pues, enseguida, despertó el interés de otros equipos más importantes o con mayores posibilidades económicos.
La animadversión hacia el árbitro de fútbol era ya legendaria por entonces y hacía que algunos aficionados se acercaran al campo con paraguas aunque el cielo estuviera despejado, completamente luminoso, aunque no se divisaran nubes ni siquiera sobre el lejano horizonte. Un año hicimos un gran papel en la llamada copa de San Pedro, que era una competición provincial que se celebraba en verano por el sistema de eliminatorias, como la actual copa del Rey, y en la que una temporada llegamos a disputar la final. El pez pequeño, es decir, nuestro equipo, se fue comiendo a los peces grandes una eliminatoria tras otra, a todos los rivales de gran presupuesto y de relumbrantes plantillas, hasta llegar a la final del campeonato. Fuimos a disputarla al campo de fútbol “La Viña”, en Alicante, que era el estadio en el que por entonces jugaba el Hércules: un equipo de pueblo jugando en el estadio del equipo de la capital de la provincia. Aquella final de la copa de San Pedro despertó gran interés en nuestros vecinos; todo el pueblo vivió con entusiasmo el inesperado éxito de su modesto equipo. Tal fue la repercusión social del acontecimiento, que, aquel día, muchos paisanos nos desplazamos hasta la capital para ver el partido, para apoyar desde las gradas al grupo de muchachos que había traído semejante alegría al pueblo de Sax.