Evidentemente todavía hay muchos ciudadanos, incluyendo a amigos muy queridos, que no acaban de comprender la importancia de que miles de niños y ancianos tengan carencias graves en su alimentación. Vergüenza de que la respuesta de las administraciones sea pasarse la pelota mutuamente: del Gobierno a los Ayuntamientos, de los Ayuntamientos al Gobierno, del Gobierno a Europa, del Gobierno al limbo. Vergüenza pero también orgullo y agradecimiento de que, como siempre, sean las entidades sociales, entre ellos, servicios sociales, Cáritas,… las que, a pesar de sus graves estrecheces económicas, acaben cubriendo un trabajo que es responsabilidad de las administraciones públicas.
El país que no atiende lo suficiente a sus niños y a sus mayores tiene un grave problema. La ecuación es conocida y, por tanto, no puede hablarse de un problema que haya surgido de repente. En este tiempo, el azote del paro ha golpeado con dureza a la sociedad española. Miles de familias sobreviven con todos sus miembros sin trabajo. El importe para las becas-comedor se reduce. Los subsidios se agotan. Y surge una nueva realidad, cuya magnitud aún no está cuantificada: las clases medias empobrecidas. Las escuelas llevan tiempo alertando de lo que sucede, detectando al niño que no desayuna en casa, al que no cena con regularidad. Pero las escuelas cierran y el verano se antoja largo.
Es vergonzoso de nuevo, la vergüenza que, con todo el dinero que se ha despilfarrado, no se encuentre una partida para garantizar la nutrición de los niños pobres. Porque de la misma forma que es cierto que el problema no es de hambre infantil sino de malnutrición, también lo es que España de repente no se ha convertido en un país sin dinero, subdesarrollado. Se trata, de prioridades, de opciones, de decidir a qué se dedica el dinero disponible. Con nuestros impuestos, deberíamos garantizar la alimentación de los niños cuyos padres no pueden garantizarla. Si en esta sociedad no somos capaces de asegurar la alimentación de los niños y ancianos, significa que hemos fracasado y que hay que empezar de nuevo a plantear las prioridades. Ni Constitución ni gobiernos ni nada tiene sentido si no somos capaces de luchar contra el hambre.