Hay personas cuya huella trasciende su labor profesional, cuya dedicación a la comunidad es tan generosa y constante que se confunde con la historia misma del lugar en el que viven. Vicente Vázquez Hernández es una de esas personas. Con su reciente jubilación, tras más de treinta años al frente de la Biblioteca Pública Municipal de Sax, sentimos que concluye una etapa brillante para la cultura local, aunque sabemos que su legado seguirá vivo en cada lector, en cada joven que descubrió la magia de los libros en sus manos, y en cada vecino y vecina que encontró en él a un aliado para crecer, aprender y compartir.
En los pueblos, las bibliotecas son mucho más que simples depósitos de libros. Son espacios de encuentro, de conversación, de descubrimiento. Son, en cierto modo, el corazón cultural de la comunidad, especialmente en municipios como Sax, donde no abundan las instituciones con un papel tan decisivo en la promoción de la cultura. Durante décadas, Vicente convirtió la biblioteca en ese lugar cálido y abierto en el que siempre había un libro, una idea o una palabra de aliento que ofrecía compañía. Conocía los gustos de los lectores habituales, recomendaba lecturas con una sonrisa cómplice y, sobre todo, transmitía la convicción de que los libros nos hacen mejores.
Pero limitar la figura de Vicente a su trabajo como bibliotecario sería una injusticia. Porque él ha sido mucho más: investigador, divulgador, novelista y, sobre todo, cronista de la vida y la memoria de Sax. Como Cronista Oficial de la Villa de Sax y Cronista Oficial de las Fiestas de Moros y Cristianos, ha tejido con rigor y pasión el relato de nuestra identidad colectiva. Ha rescatado del olvido documentos, tradiciones y voces que corrían el riesgo de perderse. Ha sabido narrar nuestra historia con la profundidad del investigador y la sensibilidad del escritor que ama lo que cuenta.
Sus cientos de artículos publicados en revistas locales, regionales y nacionales dan fe de esa vocación inagotable de divulgar y compartir. Quien se adentra en sus textos descubre a un hombre que no solo busca preservar la memoria de Sax, sino también darla a conocer, situarla en un contexto más amplio y mostrar su valor como parte de la riqueza cultural de nuestra tierra. Porque la historia local, cuando se estudia y se cuenta con el rigor con el que lo ha hecho Vicente, deja de ser anecdótica para convertirse en un espejo en el que reconocernos como sociedad. Como dice el entrañable Mate en la película Cars (los que como yo tenemos hijos y la hemos visto muchas veces puede que la recuerden): No me hace falta saber a donde voy solo saber de donde vengo. Y gracias al trabajo de Vicente sabemos mucho sobre de dónde venimos como pueblo.
En lo personal, he tenido siempre la convicción de que nadie ha hecho tanto por la cultura y la historia de Sax en los últimos cincuenta años como Vicente. Su labor ha sido incansable, y su compromiso, admirable. No se ha limitado a acumular conocimientos, sino que ha querido compartirlos con generosidad, poniéndolos siempre al servicio de los demás. Esa es quizás su mayor grandeza: haber entendido que la cultura no tiene sentido si no se comparte, si no se convierte en un bien común que enriquece a todos.
No es fácil medir el impacto que alguien así deja en un pueblo. Lo vemos en los niños que crecieron rodeados de libros gracias a él (entre los nos incluimos yo y mis hijos); en los investigadores que encontraron en la biblioteca de Sax un lugar donde consultar materiales únicos; en los festeros que descubrieron la profundidad histórica de las celebraciones gracias a sus crónicas; en los vecinos que aprendieron a valorar más su propio patrimonio gracias a su labor divulgadora. Y lo vemos también en algo más sutil pero igualmente poderoso: en el orgullo colectivo de pertenecer a una comunidad con raíces, memoria e identidad.
En estos tiempos en los que la cultura a menudo se mide en cifras y estadísticas, la trayectoria de Vicente nos recuerda que el verdadero valor de la cultura está en las personas que la hacen posible, en quienes dedican su vida a preservarla y transmitirla. Y nos recuerda, además, que en los pueblos, donde los recursos son más limitados, el papel de una sola persona comprometida puede marcar la diferencia durante generaciones.
Por todo ello, creo firmemente que Sax debe reconocer como se merece la contribución de Vicente Vázquez Hernández. Sería una gran injusticia que su labor quedara simplemente como un recuerdo entre quienes tuvimos la suerte de coincidir con él. Su legado merece un reconocimiento público, porque no es solo suyo: es de todos. Es el patrimonio vivo de un pueblo que ha crecido culturalmente gracias a su entrega.
Pienso en los próximos años y en el vacío que dejará su ausencia diaria en la biblioteca y en la vida cultural del municipio. Pero también pienso en la fuerza de su ejemplo, que seguirá inspirando a quienes tomen el relevo. Porque si algo nos enseña su trayectoria es que la cultura no es un lujo, sino una necesidad; no es un adorno, sino el fundamento mismo de una comunidad cohesionada y consciente de su identidad.
Vicente se jubila, sí, pero su historia no se cierra aquí. Nos deja un legado escrito en libros, artículos y crónicas, pero sobre todo grabado en la memoria de un pueblo entero. Y quienes le conocemos sabemos que su pasión por la historia y la cultura de Sax seguirá acompañándonos. Porque personas así no se jubilan nunca del todo: siguen siendo referentes, guías, ejemplos.
Quiero, desde estas líneas, expresar mi más profundo agradecimiento a Vicente. Gracias por tantas horas dedicadas, por tanta paciencia, por tanto amor a los libros y a nuestra historia. Gracias por mostrarnos, con tu ejemplo, que la cultura es la mejor herencia que podemos dejar a las generaciones futuras. Y gracias, en definitiva, por haberte entregado con tanta generosidad a Sax.
La historia de un pueblo se escribe con las vidas de quienes lo hacen grande. Y, sin duda, la historia reciente de Sax no podría entenderse sin el nombre de Vicente Vázquez Hernández. Mi deseo, y estoy seguro de que el de muchos vecinos y vecinas, es que ese nombre quede para siempre en el lugar que merece: en lo más alto del reconocimiento público y en lo más profundo del afecto colectivo.
Fernando Tomás Maestre Gil
Thuwal, Arabia Saudí