Hace muchos años atrás la tarea de lavar la ropa se realizaba en el río, o en los lavaderos municipales, golpeándola contra las piedras, restregándola y frotándola para arrancar la suciedad. De todos es sabido que no siempre existieron las comodidades de las que hoy disfrutamos para lavar la ropa, lógicamente antes no había lavadoras, ni suministro de agua potable en las casas. Con frío o calor, se lavaba en el río. Primero había que enjuagar, luego jabonar, otra vez enjuagar, y siempre restregar.
En el siglo XIX, las mejores lavanderías privadas tenían el suelo de piedra, lavaderos de ladrillo y un canal de desagüe. Durante el invierno, la ropa se colgaba en tendederos de madera y se dejaba secar en una habitación o sobre alguna superficie caliente, al calor de los fuegos.
Se podía ver en las marcadas tardes soleadas, a las mujeres en su mayoría, unas frente a las otras lavando a lo largo del río. Cada día, ellas vestían de colores las orillas del Vinalopó, mientras realizan esta actividad que, entonces era algo muy normal.
Estas mujeres bajaban desde todos los rincones de Sax, con sus zafas, cepillos y jabones, junto a los kilos de ropa, que debían cargar para después, durante varias horas, permanecer en las turbulentas aguas del afluente sin importar el clima que tuviese el día.
Junto a ellas también llevaban a los niños quienes se divierten y aprovechan el momento para jugar, mientras las mujeres fregaban la ropa y golpean con fuerza para quitarle la suciedad a las prendas de vestir.
Según las semanas, y los días en que se trabajase, la ropa se ensuciaba más o menos, además con las constantes lluvias del invierno, el río crecía y el agua se ponía fea y dificultaba así mucho más poder salir a lavar.
A la orilla del Rio Vinalopó, se les veía arrodilladas sufriendo las inclemencias del tiempo durante largas horas golpeando la ropa contra una piedra abrupta, padeciendo el frío de la humedad en manos y brazos, en contacto con los miembros inferiores con el suelo humedecido.
Las manos de las lavanderas tenían un aspecto característico: deformadas, hinchadas y rojas; la epidermis macerada por el frío del agua y por las lejías alcalinas o por el jabón, que se caracteriza por arrugas mientras está húmeda y al secarse se torna dura, apergaminada, y frecuentemente se erosiona y agrieta. De ordinario los dedos presentaban una verdadera retracción, y tanto la mano como la cara cubital del antebrazo eran campo propicio al desarrollo de callosidades.
Las primeras mujeres que ocupaban los dos primeros sitios del Rio, en una y otra orilla, hacían uso de aguas limpias, lo que no ocurría en los puestos sucesivos, ya que las ropas sucias iban aumentando la contaminación de las aguas; de manera que la persona que lavaba en segundo término lo hacían con las aguas que usaba la primera, con lo cual sucedía que al llegar al lavadero decimoquinto o vigésimo, por ejemplo, ya las aguas eran completamente inaceptables, pues estaban indudablemente contaminadas, sirviendo de medio de transmisión de variadas enfermedades patológicas contagiosas.
En el río como en los lavaderos se hacía vida social, comentaban las noticias, se contaban sus problemas y se hacían buenas tertulias. Las mujeres, allí reunidas, cantaban, contaban historias y se ponían al día de los sucesos de la vida cotidiana y, porque no, también provocaban a su vez nuevos acontecimientos en la vida de la comunidad, las conversaciones de las mujeres mueven el mundo.