Estás perdiendo el paso!

¡Saca el culo!

¡No levantes los pies, arrástralos, gasta suela!

Y así fue mi previo desfile, antes del primer Desfile oficial de Moros, la tarde del 1 de febrero de 2016 en Sax, Alicante.

Siempre había visto desde fuera, desde mi visión como madrileño, un follón sin mucho sentido ese enorme despliegue de gente disfrazada −ahora entiendo que vestida- de Moros, Cristianos, Emires, Turcos, Alagoneses, Marruecos, Garibaldinos y Cardona; llenando de ruido las calles con sus desfiles, al ritmo de orquesta, brillando en infinitas pedrerías suspendidas sobre el recuerdo ancestral cosido a mano sobre tela moderna.

Hasta entonces todo era ruido. Pero tras aquel primer desfile de calentamiento, en el que mis amigos, mis compañeros de fila, sajeños de pura cepa, me habían puesto firme, yo tenía otro temple. Tenía otra energía.

El ritual de vestirme había sido ilusionante, más de lo que podía imaginar unas horas antes. Los Moros desfilaríamos los últimos. El pueblo esperaba la llegada de la última y más rebelde comparsa, los tradicionales, ruidosos y festejos Moros… pero me preocupaba el paso. Estaba nervioso, ¿cómo era posible? Doy conferencias ante cientos de personas, ¿qué miedo podía tener? Temía perder el ritmo de la orquesta, que se perdiera el de detrás, que me cambiaran de fila en el último momento…

Y comenzó el desfile.

La orquesta empujaba aquella ola de energía, inundando de ritmo, aplausos y Felicidad la Gran Vía de Sax. Y una gran sonrisa se dibujó en mi cara. Qué hacía yo allí, vestido de moro, con una gran pluma sobre el turbante moviéndose al mismo ritmo de todas las demás. Qué hacía yo allí, con la mirada perdida en el infinito, sin pensar en nada de lo que pasaba a mi alrededor, conCENTRADO en el ritmo, marcando el paso de la fila con el corazón.

Supongo que lo que hacía, allí, era ser feliz. Nada más.

Exultante, llegó el Día 2. Diana, almuerzo. Desfiles y más desfiles. Y con el Día 3 llegaron las lágrimas, al ritmo de «Viva San Blas». Estaba conectando con mis emociones. Todas aquellas meditaciones activas que estaba experimentando, esa conexión con el presente poderosa y eterna, al ritmo de desfiles trazados con el corazón, me estaban conectando a mi propio Centro.

Vivir el presente me hacía profundizar, y tocaba mi corazón.

Ya lo sentí al llegar a Sax, aquella calma tensa a modo de fragancia envolviendo sus calles. Días antes de las fiestas, una energía especial, diferente, embriaga el pueblo. Todos lo reconocen; es agradable.

Como un olor a mezcla de pólvora y perfume.

Para mí, esa fragancia es la densificación energética del recuerdo de las personas, las emociones de todos los que han vivido, desde hace cientos de años, la magia de estas fiestas. Emociones puras, como niños que corretean entre sus calles, advirtiéndonos que se acercan las fiestas de Sax. Fiestas de una hermandad.

Origen de todas las fiestas de Moros y Cristianos conocidas las fiestas de Sax unen a todos con Todo. La magia de Sax es hacer que te sientas unido al pueblo, y ser Él.

El perfume, la magia por tanto, seguirá vigente, viviente y fresca, hasta el fin de los tiempos, en el recuerdo sajeño. Vivirá en la consciencia de todos los que, puros de corazón, crean con su esfuerzo la hermandad del pueblo. En todos aquellos que acogen a esos de fuera que lo ven todo de otra forma.

La magia, ese elixir a desfile triunfal y a marcha compuesta a ritmo de Amor, vivirá, por supuesto, en su música; si tenéis ocasión de vivir las fiestas, quizás podréis experimentar lo diferente que puede llegar a sonar el precioso pasodoble de Miguel Villar, ¡Viva San Blas!

Sentir la fragancia que perfuma el pueblo, la energía especial durante esos oníricos y entrañables días, puede hacer que la música suene en tu mente en otro idioma diferente: el del corazón.

Quizás con esta experiencia que todos deberíamos vivir, entendamos por qué una fiesta que revive un choque de culturas representa hoy día el deseo de abrazar a toda la humanidad. Una fiesta en la que ondear junto a los demás nuestras banderas.

Quizás la magia, que es la propia Vida, no desee otra cosa que adornarse con el infinito colorido que merece aquella tierra, ese rincón del Universo conocido llamado Sax.

 

Carlos Burgos

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