El tiempo libre del que disponían los paisanos era escaso –solo se descansaba por entonces los domingos–, aunque el ritmo en el trabajo, en compensación, no resultaba tan alto como ahora, tan estresante, tanto en las tareas propias del campo como en el trabajo dentro de las fábricas y de los comercios. ¿En qué ocupaban nuestros paisanos el día domingo, y todos los ratos de ocio en general, en una etapa en la que todavía no había llegado el Internet, ni el whatsapp, ni el Facebook, ni las otras redes sociales que ponen en comunicación hoy en día a las personas, en que no había llegado siquiera la televisión? ¿Con qué se entretenían durante las horas, pocas o muchas, en las que no trabajaban? Según el punto de vista actual, podemos llegar a suponer que las personas de entonces caerían en el aburrimiento y en desconcierto nada más salir del trabajo; pero lo cierto es que solían entretenerse con diversas actividades lúdicas y culturales, que iban al cine, por ejemplo, o al bar, o a ensayar con la banda de música, o también podían ir a ver el circo. Tenían para entretenerse los juegos en la calle, los juegos de mesa y los ratos frente a la mesa camilla en la que los ancianos de la casa contaban historias que ellos habían vivido o que se las habían trasmitido de forma oral, y además, según la estación, se podía también salir al campo a coger caracoles, robellones o espárragos, o practicar la actividad de la caza. Llegaban también a nuestra localidad las fiestas populares y tradicionales y las celebraciones también típicas de las bodas, los cumpleaños, los bautizos y las comuniones. Por entonces el banquete de las comuniones se celebraba en las casas particulares y requería un importante preparativo en el que solían participar los amigos y los familiares del niño, además del niño protagonista de la celebración. La víspera, en casa, se preparaban las pastas y los minibocadillos de jamón, de chorizo, de queso (los montaditos) y se ponían tableros para alargar la capacidad de las mesas, para que cupieran todos los invitados. Las bodas, en cambio, se celebraban en el salón de Los Santos o en el salón adosado al bar de la Música, que disponía, como si fuera un teatro, de escenario y platea.
El otro día escuché decir por la radio que al circo lo mató la llegada de la televisión. Y debe ser cierto pues, en aquella época ya un tanto remota, se instalaban en el pueblo de Sax varios circos a lo largo del año, a veces en el solar que quedaba detrás de mercado y otras veces en el solar que se extendía por el otro lado de la carretera de Salinas y enfrente, más o menos, de donde hoy está el bar “Victoria”. Llegaban con sus animales salvajes, con sus leones, con sus tigres, y a los chiquillos del pueblo nos llamaba mucho la atención ir a verlos, antes de que empezara el espectáculo, a través de los barrotes de los camiones jaulas que estaban aparcados alrededor de la carpa. Esos leones apenas rugían y apenas se movían –tampoco disponían de espacio para correr y saltar–, pero, aun así, eran unos animales realmente enormes, unos animales que daban miedo. La visión de semejantes especímenes de la vida salvaje nos impresionaba tanto, que apenas nos dejaba pensar en las penosas condiciones en las que vivían, en cómo los trataban los trabajadores del circo.