Existen dos versiones muy difundidas. Ambas buscan deliberadamente la conexión con la figura real.
Así una nos habla como los alagoneros asaltan carros llenos de salmón que iban destinados a la cena del Rey que estaba afincado en las afueras de Zaragoza.
Otra, no menos conocida, cuenta al Rey presente en Alagón y dispuesto a comerse las bandejas de salmón que le van preparando; salmón que no llegará a probar pues el ingenio alagonés salva al salmón del delicado estómago real y lo lleva al hambriento estómago alagonero.
Otras menos conocidas, nos hablan del barco que cargado de salmón embarranca en el Ebro y es asaltado por el pueblo de Alagón. O aquélla que nos habla de Alagón como centro del despiece del salmón que llega de las aguas altas del Ebro.
En todas las versiones encontramos constantes comunes: el salmón, el hambre alagónes que lleva a tomar de una forma y otra el salmón ajeno, y el resultado de todo ello: el impuesto censal que ha de pagarse; y que hoy aún circula la idea de que hasta hace no mucho seguía pagando dicho impuesto.
Iribarren anota el testimonio del coadjutor de Alagón, en 1824, según el cual pocos pudieron pagar su parte, algunos se comprometieron a pagarla en tres o cuatro plazos y los más hipotecaron sus casas con un censo perpetuo de seis o de doce reales; añade que en la calle de Barrio Nuevo, cerca de donde tuvo lugar el episodio, hay casas en cuyas escrituras figura la cláusula «se halla gravada esta finca con un censo llamado del Salmón; pero hace mucho tiempo que no se cobra». Urtasun escribió que el arriero era sirviente de un tal Martín «El Aragonés», de Espinal, en Navarra, quien se enriqueció con el incidente. La anécdota dio lugar al aforismo «El salmón a doblón / que así lo pagaron / los de Alagón», que se dice en la zona entre Aragón y Navarra.
Hoy día se acostumbra a decir en Aragón, cuando se refiere al hecho de ponderar algún objeto muy valioso, «Es más caro que el salmón de Alagón».
Petronila.