Hace ya muchos años, existían las escuelas, incluso en una aldea de doscientos habitantes en la que había una veintena de niños y niñas que asistían a clase. La maestra, que tenía la casa en un anexo de la propia escuela, daba clase a todos, desde el primer curso hasta el último que terminaba a los catorce años. No habían ratios de alumnos para abrir nuevas líneas, se trataba de conseguir una alfabetización lo más amplia posible (en esos tiempos ya era un logro conseguir en ese objetivo).
Hoy en día un director se ha de pelear para abrir una nueva línea, porque lo primero que miran los gestores de educación es el coste económico sin querer darse cuenta que hay cosas que no se pueden cuantificar con dinero. Se mira todo desde una perspectiva mercantilista y ultraliberal.
En esa aldea, la maestra, era una institución. Se preocupaba de cualquier comportamiento extraño, si el niño o la niña se relacionaba o no con los demás, si parecía ausente durante algún periodo de tiempo, no dudaba en llamar a los padres para solucionar el problema. También ante cualquier comportamiento no deseado hablaba con los padres y se intentaba reconducir la situación. Muchas veces eran los padres y madres los que pedían consejo ante cualquier problema.
Hoy en día, la mayoría de las veces, cuando un maestro llama a los padres por una actitud no deseada en el aula, son los mismos padres, acompañados por el alumno o alumna los que van y, los propios padres, se enfrentan con el profesor en lugar de escuchar lo que les tiene que decir. Todo, delante del chaval que sale “crecido” de esa reunión porque tiene un respaldo con el que no debería de contar. En ese momento, se le está quitando al maestro toda la autoridad moral que debe tener en el aula y se fomentan en el alumno muchas actitudes que vulneran el civismo, la convivencia y la solidaridad.
Esos mismos padres, son los que después se quejan de que sus hijos no reciben educación en la escuela, colegio o instituto. Esos mismos padres que no quieren entender que la educación empieza en la familia, en la escuela se adquieren conocimientos y también principios cívicos, pero los auténticos responsables de la educación de nuestras hijas e hijos, somos nosotros, las madres y padres.
Cuesta muy poco que el culpable sea otro, en la mayoría de los casos, personas que tienen esa profesión por vocación.
La gran tarea de los maestros es tener la habilidad para conquistar a todos los alumnos, incluso a los conflictivos y saber llevárselos a su propio terreno, involucrándolos a través de actividades que les resulten atractivas para que se integren en el grupo de la clase.
Ya, en una ciudad más grande, en un instituto, había un profesor de diseño y dibujo y, cuando explicaba algo y le decías: creo que se puede hacer de otra forma, te decía con su acento cordobés, “haslo”. Al cabo de una semana, volvías a él y le decías, Don Félix, es imposible, no me sale. Él, no contestaba, solamente esbozaba una sonrisa agradable y de complicidad. Sabía que durante esa semana habías aprendido más que en un mes de clase, solamente por llevarle la contraria a él, te habías esforzado, y eso, es lo único que le importaba.
Hoy en día, cualquier maestro que haga eso, lo catalogamos como un gandul que no quiere trabajar y no entendemos que ese es el auténtico “maestro”, el que saca de los alumnos el espíritu crítico y el inconformismo para que se motive y aprenda.
En ese mismo instituto, en una clase de horario nocturno, el profesor de historia dijo: las dos siguientes semanas la clase es ir al cine. Estaba explicando los cambios de la Revolución Industrial y todos fueron a ver “Novecento”, puedo asegurar que toda la clase, todavía, después de cuarenta años sabe lo que significó la Revolución Industrial, el auge del fascismo y la historia de Italia durante los setenta años que abarca la película.
Hoy en día, si un maestro hace eso, el murmullo general es que lo que no quiere es dar clase e irse al cine de diversión.
Si un maestro, provoca una discusión a propósito, para que se razone y opine dentro del aula para fomentar el espíritu crítico, también es acusado por los padres y madres que lo que tiene que hacer es dar su clase de matemáticas, lengua, historia, etc.
Quizás, debamos de entender todos que la enseñanza es ante todo, “motivar” al alumno, enseñarle a “pensar”, incluso hasta el nivel de opinar, razonándolo, de una manera diferente al profesor.
Hasta eso les criticamos, tampoco ha dado su clase, solo ha dejado que los chavales y chavalas estén una hora hablando. Esa hora, en la que se esfuerzan por encontrar razonamientos a lo que piensan, puede valer como un mes de clases.
Pero también quizás, a nadie le importe que los estudiantes “piensen”, es mejor que salgan personas dóciles con el poder, a que salga personas críticas con todo aquello que ven en la sociedad y no les gusta.
Mi más sincera admiración a esos “maestro” que saben enseñar, educar, motivar y detectar problemas en los alumnos. Auténtica vocación porque sin ella no se puede ser “maestro”.
Cuando se menciona en el artículo la palabra maestro o maestra, engloba al profesor titular, al catedrático, al doctor, a la maestra de infantil o al maestro de primaria.
Escena final de, El club de los poetas muertos. Despedida de los alumnos a un maestro expulsado del colegio por hacerles pensar
Joan Camús