
Poema “Cuatro estaciones sin Vivaldi”, autor Aurelio Arnedo Fernández.
Me cuesta hablar de ti, pero el invierno
acerca a mi ventana pesadumbre.
Fuera yace la escarcha
que antaño nos sirvió de melodía,
y unos compases tristes, donde nuestra soberbia
supo jugar más fuerte que el cariño.
Una calle retorna de un pasado sin dueño,
plagada de escaleras, y sonidos de pasos
que ahora colman de olvido mis palabras.
Y no quise seguirte. Aquella calle
se convirtió en refugio de añoranza
y en la frontera limpia que me ocultó tu vida.
Yo también decidí que aquel frío de enero,
que abrazaba seguro los huecos de la noche,
guardase para siempre el brillo de tus ojos
en su regazo eterno.
No volveré, sin duda,
a compartir el alba de dos pieles unidas
por una inalcanzable madrugada.
Tuve que hacerte sueño. Solo entonces,
ante estas escaleras infinitas
donde la nieve porta todavía tus huellas,
volver tiene sentido
para encontrar los labios de la luz.
Intento hablar de ti. La primavera
huele al romero añil de tu memoria,
y el cielo mece espumas
manchadas de secretos acallados.
El agua del arroyo fluye mansa;
la vida ha recobrado
lentamente esperanzas, y un sendero
todavía impreciso de voces imperfectas,
de tibios arañazos compartidos
y de combates tiernos entre almohadas de viento.
Hay mil noches perdidas
en este manantial de susurros confusos
que a borbotones huye de mis manos.
Reconozco el aroma de tu cuerpo
trascendido en el alba, acompañando
la dulce eternidad donde me alojo.
Ya el agua no deseo, ni estas flores,
ni contemplar, ni árbol, ni retorno
que devuelva calientes las cenizas del beso.
Dejaré que el arroyo alcance al fin anhelos
en otra tierra nueva, donde el alba
sea certeza al fin de un nuevo día.
Porque escribir tu rostro es vestirse de estrellas
moribundas y frías,
como esta primavera adormecida
que vive en la mentira del recuerdo,
y que no solo es sangre de amapolas.
Y debo hablar de ti. Vuelve el verano,
y entre sus días, el nuestro, cumple años.
Una promesa aguarda, ya casi es un murmullo,
a unas olas pactadas y a este mar polvoriento.
Un hombre quedó inerme ante la arena.
Y el hombre se hizo sombra,
y la sombra fue humo.
Alguna vez creí en recuerdos eternos,
en que las nubes ríen
y el mar puede escucharme;
en que siempre es posible
resucitar tu verde de la nada.
Pero hoy aquí, camino en otro mundo
lleno de espejos falsos y billetes de whisky,
y aunque no tengo edad para estas cosas
viene a veces muy bien una resaca;
es el precio a pagar
por pasear de nuevo entre la noche
sin miedo a lo que he sido.
El tibio amanecer del primero de julio
asoma amenazante.
Ya cuatro lustros duermen en los pliegues
de estos versos ancianos; cuatro lustros
de poemas sin fondo; cuatro lustros
de una vida a la búsqueda de un nombre.
Tengo al otoño a solas en mi casa
y discuto con él sobre mis versos.
Que si las hojas mueren; que si los días grises;
que si las lluvias vuelven por octubre.
Una taza de té deja paso al olvido
donde yacen los nombres de aquellos que me amaron.
Huelo a cerveza fresca, a libros compartidos,
a miradas ocultas en la barra de un bar.
Eran cosas sencillas, que sin querer nacían
de nuestra desvestida juventud.
Eso era al fin ser joven en los tiempos
de guitarras que amaban a Manolo García
y a Joan Manuel Serrat;
de libertad sincera, de partidas de mus,
de aquella asignatura inaguantable,
y de algún beso tibio de amor prefabricado
que se perdió en la esquina del crepúsculo.
Ya el otoño se marcha – buenas tardes –
y este ciclo agoniza, el té se ha terminado.
Y aunque la tentación ha sido mucha…
no pude hablar de ti.Tal vez mañana.