El poeta Aurelio Arnedo recibe el premio del LIII Certamen poético en la localidad de Daya Nueva

por | Sep 19, 2022 | Cultura-Ocio

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En este certamen se han establecido dos premios, un primer premio y el accésit que ha sido otorgado al profesor y escritor sajeño, quien actualmente es profesor de Física y Química en el IES Azorín de Petrer.
El pasado sábado 17 de septiembre se entregaron los premios correspondientes al LIII Certamen literario de la localidad de Daya Nueva (Alicante), en el que el poeta sajeño Aurelio Arnedo Fernández consiguió el primer accésit, dotado con 600 euros y placa conmemorativa, con su poema Cuatro estaciones sin Vivaldi.
El poema «Cuatro estaciones sin Vivaldi», resume cuatro momentos personales del autor, vistos desde una perspectiva ya lejana en el tiempo, desarrollándose cada momento en una estación diferente, haciendo alusión el título a la ausencia, en el momento de la composición, del verdadero inspirador del poema.

Poema “Cuatro estaciones sin Vivaldi”, autor Aurelio Arnedo Fernández.

Me cuesta hablar de ti, pero el invierno

acerca a mi ventana pesadumbre.

Fuera yace la escarcha

que antaño nos sirvió de melodía,

y unos compases tristes, donde nuestra soberbia

supo jugar más fuerte que el cariño.

Una calle retorna de un pasado sin dueño,

plagada de escaleras, y sonidos de pasos

que ahora colman de olvido mis palabras.

Y no quise seguirte. Aquella calle

se convirtió en refugio de añoranza

y en la frontera limpia que me ocultó tu vida.

Yo también decidí que aquel frío de enero,

que abrazaba seguro los huecos de la noche,

guardase para siempre el brillo de tus ojos

en su regazo eterno.

No volveré, sin duda,

a compartir el alba de dos pieles unidas

por una inalcanzable madrugada.

Tuve que hacerte sueño. Solo entonces,

ante estas escaleras infinitas

donde la nieve porta todavía tus huellas,

volver tiene sentido

para encontrar los labios de la luz.

 

Intento hablar de ti. La primavera

huele al romero añil de tu memoria,

y el cielo mece espumas

manchadas de secretos acallados.

El agua del arroyo fluye mansa;

la vida ha recobrado

lentamente esperanzas, y un sendero

todavía impreciso de voces imperfectas,

de tibios arañazos compartidos

y de combates tiernos entre almohadas de viento.

Hay mil noches perdidas

en este manantial de susurros confusos

que a borbotones huye de mis manos.

Reconozco el aroma de tu cuerpo

trascendido en el alba, acompañando

la dulce eternidad donde me alojo.

Ya el agua no deseo, ni estas flores,

ni contemplar, ni árbol, ni retorno

que devuelva calientes las cenizas del beso.

Dejaré que el arroyo alcance al fin anhelos

en otra tierra nueva, donde el alba

sea certeza al fin de un nuevo día.

Porque escribir tu rostro es vestirse de estrellas

moribundas y frías,

como esta primavera adormecida

que vive en la mentira del recuerdo,

y que no solo es sangre de amapolas.

 

Y debo hablar de ti. Vuelve el verano,

y entre sus días, el nuestro, cumple años.

Una promesa aguarda, ya casi es un murmullo,

a unas olas pactadas y a este mar polvoriento.

Un hombre quedó inerme ante la arena.

Y el hombre se hizo sombra,

y la sombra fue humo.

Alguna vez creí en recuerdos eternos,

en que las nubes ríen

y el mar puede escucharme;

en que siempre es posible

resucitar tu verde de la nada.

Pero hoy aquí, camino en otro mundo

lleno de espejos falsos y billetes de whisky,

y aunque no tengo edad para estas cosas

viene a veces muy bien una resaca;

es el precio a pagar

por pasear de nuevo entre la noche

sin miedo a lo que he sido.

El tibio amanecer del primero de julio

asoma amenazante.

Ya cuatro lustros duermen en los pliegues

de estos versos ancianos; cuatro lustros

de poemas sin fondo; cuatro lustros

de una vida a la búsqueda de un nombre.

 

Tengo al otoño a solas en mi casa

y discuto con él sobre mis versos.

Que si las hojas mueren; que si los días grises;

que si las lluvias vuelven por octubre.

Una taza de té deja paso al olvido

donde yacen los nombres de aquellos que me amaron.

Huelo a cerveza fresca, a libros compartidos,

a miradas ocultas en la barra de un bar.

Eran cosas sencillas, que sin querer nacían

de nuestra desvestida juventud.

Eso era al fin ser joven en los tiempos

de guitarras que amaban a Manolo García

y a Joan Manuel Serrat;

de libertad sincera, de partidas de mus,

de aquella asignatura inaguantable,

y de algún beso tibio de amor prefabricado

que se perdió en la esquina del crepúsculo.

Ya el otoño se marcha – buenas tardes –

y este ciclo agoniza, el té se ha terminado.

Y aunque la tentación ha sido mucha…

no pude hablar de ti.Tal vez mañana.

 

 

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