Si se nos ocurriera echar la vista atrás y comparar el paisaje y el medio ambiente que hoy se extiende por nuestra comarca con el de una etapa anterior, con el de hace cien años, por ejemplo, podríamos recurrir a varias novelas del escritor alicantino Azorín, a un novelista que nació en el pueblo vecino de Monóvar y que se dedicó a describir en sus libros como era nuestra zona a principios del siglo XX. En una de sus primeras novelas, en la titulada Antonio Azorín, el joven protagonista, que reside en la localidad de Monóvar, decide visitar a un tío suyo enfermo que vive en Petrel, y decide hacer el recorrido entre estos dos pueblos andando, “dando un paseo”, como dice el personaje, y el escritor aprovecha esta anécdota de su novela para explicar cómo era por entonces el paisaje que se podía ver a ambos lados del camino: “Petrel se asienta en el declive de una colina, solapado en la fronda, a la otra banda del valle de Elda, dominando con sus casas blancas y su castillo bermejo el oleaje, verde, gris, azul, de la campiña. Monóvar está a la parte de acá, frente a frente, sobre una ancha meseta. El camino desciende en empinados recuestos, culebrea entre rapadas lomas, toca en un huertecillo de granados, se acuesta en un plantel de oliveras, empareja con un azarbe de aguas tranquilas, pasa rozando el cubo de un molino, entra, por fin, en las huertas frescas y amenas de Elda (…). El Vinalopó corre en lo hondo. Y dos fuentes, la de Alfaguar y la Encantada, parten y reparten sus aguas en una red de plata, que se esparce y refulge por la llanura. Espaciosos cuadros de hortalizas ensamblan con plantaciones de viñedos; junto a los granados se enhiestan los almendros. Y los anchos y redondos nogales ponen con su penumbra, sobre el verde claro de la alfalfa, grandes círculos de azulado verdoso”.
Y una vez que el personaje llega al final de la caminata, al pueblo de su tío enfermo, el novelista Azorín aprovecha para explicar también cómo era por aquellos años Petrel: “hay casas viejas con balcones de madera tosca, y casas modernas con aéreos balcones, que descansan en tableros de rojo mármol; hay huertos de limoneros y parrales, lamidos por un arroyo de limpias aguas; hay una plaza grande, callada, con una fuente en medio y en el fondo una iglesia”. Y luego, claro, al final de esta comparación en la que hemos echado la vista atrás a conciencia, en la que hemos visitado el paisaje de entonces, no nos queda otro remedio que llegar a la conclusión de que es natural que el clima se deteriore, que se haya descompuesto o que, por lo menos, se esté empezando a descomponer, como está demostrando este mes abrasivo de agosto y, en general, todo el presente verano.