¿No es a ésta gente que, abandonada, ha dejado de luchar, y desengañada ha dejado de buscar, a la que el Dios de Jesús les sale al encuentro? ¿No es la Cuaresma, también, un tiempo en el que Dios se hace presente con su oferta salvadora? ¿No habrá que empezar por aquí, por presentar la Cuaresma como la visita humanizadora de Dios?
La Cuaresma es nuestra primavera, una estación, llena de alegría, porque se renueva la vida. Si la naturaleza pregona esta vida en sus praderas y en sus árboles en flor, la Cuaresma nos viene a señalar que el «Reino de Dios está cerca» y su justicia, libertad y fraternidad comienzan a abrirse caminos entre los hombres y mujeres.
Por eso, invita a pasar de la pasividad a la decisión, del egoísmo al amor, de la búsqueda de intereses a la solidaridad; a generar y crear una vida más humana; a despertar todas las posibilidades que hay en nosotros y a volver a empezar. A no conformarse con arrastrar la vida, ni resignarse ante la situación dada: vivir sin dignidad en una sociedad indecente, porque Dios quiere hacer nuestra vida más humana y feliz.
Para ello, el Evangelio nos ofrece unas referencias evangélicas: la austeridad y la pobreza evangélica, para afrontar la cultura del consumismo que nos consume y destruye nuestro planeta, y para combatir la pobreza extrema de la mitad de la tierra. La felicidad no llega por poseer más. La humanización desde la compasión. La mejor penitencia cuaresmal es la compasión que se hace cargo del sufrimiento de alguna víctima, como forma de luchar contra la cultura de la indiferencia ante los que sufren. La mirada bondadosa a las personas y al mundo. El Dios creador lo hizo todo bueno, y al hombre y la mujer a su imagen. Esa bondad radical del ser humano no obsta para reconocer que también en las personas actúa el pecado, el egoísmo… Por eso necesitamos redención y liberación. La práctica de la justicia y la defensa de la dignidad de todas las personas. Según Isaías: «Este es el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, partir el pan con el hambriento, recibir en tu casa a los pobres sin hogar, vestir al desnudo, no apartarse del semejante»… Si esto sucede, la Cuaresma será un «tiempo de gracia».
Esta conversión no es algo forzado, sino algo que va creciendo en nosotros en la medida que vamos encontrándonos con el Dios que nos quiere más humanos; no es algo triste, sino el descubrimiento de la raíz de la alegría; no es dejar de vivir, sino sentirse más vivo que nunca… Es ir limpiando nuestra mente de egoísmos, nuestro corazón de las angustias de nuestro afán de tener…, y vivir para los demás un loco más libre.
HOAC